En la Foto: El
embajador de Colombia en España, Dr. Carlos Rodado Noriega, la poetisas Dina
luz Pardo,
Meira Delmar,
y Yajaira Pinilla
Muerte mía
(Del libro Secreta isla)
La muerte no es quedarme
con las manos ancladas
como barcos inútiles
a mis propias orillas,
ni tener en los ojos,
tras la sombra del párpado
el último paisaje
hundiéndose en sí mismo.
La muerte no es sentirme
fija en la tierra oscura
mientras mueve la noche
su gajo de luceros,
y mueve el mar profundo
las naves y los peces,
y el viento mueve estíos,
otoños, primaveras.
¡Otra cosa es la muerte!
Decir tu nombre una
y otra vez en la niebla
sin que tornes el rostro
a mi rostro, es la muerte.
Y estar de ti lejana
cuando dices "La tarde
vuela sobre las rosas
como un ala de oro".
La muerte es ir borrando
caminos de regreso
y llegar con mis lágrimas
a un país sin nosotros
y es saber qué pregunta
mi corazón en vano
por tu melancolía
Otra cosa es la muerte.
***
Soneto marinero
Digo tu nombre, mar, tu nombre ardido
de soles y de júbilo creciente,
y el corazón enamorado siente
más clara la presencia del latido.
Velero que navega repetido
por los quietos espejos de la frente,
regresa tu paisaje lentamente
como si retornara del olvido.
Y surge tu comarca marinera
con una trashumante primavera
de espumas en la mano de cristal.
Y tu voz de colores, y tu alada
corona de blancura trabajada
en gaviotas y pétalos de sal.
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Elegía de Leyla Kháled (De el libro Reencuentro)
Te rompieron la infancia, Leyla Kháled
Lo mismo que una espiga
o el tallo de una flor,
te rompieron
los años del asombro y la ternura,
y asolaron la puerta de tu casa
para que entrara el viento del exilio.
Y comenzaste a andar,
la patria a cuestas,
la patria convertida en el recuerdo
de un sitio que borraron de los mapas,
y dolía más hondo cada hora,
y volvía más triste del silencio,
y gritaba más fuerte en el castigo.
Y un día, Leyla Kháled, noche pura,
noche herida de estrellas, te encontraste
los campos, las aldeas, los caminos,
tatuados en la piel de la memoria,
moviéndose en tu sangre roja y viva,
llenándote los ojos de sed suya,
las manos y los hombros de fusiles,
de fiera rebeldía los insomnios.
Y comenzaron a llamarte nombres
amargos de ignominia,
y te lanzaron voces como espinas
desde los cuatro puntos cardinales,
y marcaron tu paso con el hierro
del oprobio.
Tú, sorda y ciega, en medio
de las ávidas zarpas enemigas,
ardías en tu fuego, caminante
de frontera a frontera,
escudando tu pecho contra el odio
con la incierta certeza del regreso
a la tierra luctuosa de que fueras
por mil manos extrañas despojada.
Te vieron los desiertos, las ciudades,
la prisa de los trenes, afiebrada,
absorta en tu destino guerrillero,
negándote al amor y los sollozos,
perdiéndote por fin entre la sombra.
Nadie sabe, no sé cuál fue tu rumbo,
si yaces bajo el polvo, si deambulas
por los valles del mar, profunda y sola,
o te mueves aún con la pisada
felina de la bestia que persiguen.
Nadie sabe. No sé. Pero te alzas
de repente en la niebla del desvelo,
iracunda y terrible, Leyla Kháled,
oveja en lobo convertida, rosa
de dulce tacto en muerte transformada.